¿Ya la leíste?


Cuando el "niño bien", que perdió todo, viaje por primera vez en el Metro de la CDMX:

—¿Y tú, Billy? —Aurelia se frenó en seco y lo miró, acomodándose el fleco de nuevo—, ¿puedes vivir sin todo eso?

—¿Sin mi Ese-ele-ka, o sea mi Mercedes; sin ir a Coronado los fines de semana; sin la casa de Cancún; sin el yate de vela de setenta y cinco pies?... No lo sé. Supongo que no me va a quedar de otra.

—¡Vas a extrañar tanto la Ibero! —dijo Aurelia con sorna, mientras cruzaba una de las entradas de la estación Coyoacán y bajaba las escaleras entre el olor tan característico del Metro: una mezcla de humanidad, metal, electricidad, calor y sobaco.

Billy miró esa escalera como quien está al borde de la cueva de las Golondrinas en San Luis Potosí y vislumbra el vacío de 400 metros de profundidad. El joven recibió el golpe; discernió los olores y vio a Aurelia que bajaba grácil, ligera (y excitante), las escaleras que conducían al Infierno. En el umbral al Inframundo había vendedores ambulantes y un puesto de remedios yerberos. En un descanso de la escalera, Aurelia se detuvo y miró hacia arriba. Su sonrisa socarrona era visible desde allá.

—¿No vas a venir? —gritó Aurelia—. El Metro es aquí abajo —agregó sarcástica.




 

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